PORRA DE ABRIL 2006
Minificciones que han obtenido el mayor numero de apuestas de los porristas
Primer lugar
“El hombre del gabán”
de caracolsinsol
Sentado a pie de tumba, el hombre del gabán pasa la tarde con una mujer cualquiera. Todas —la de hoy, la de ayer, la de mañana—, han sido amantes fieles, bienamados recuerdos a medias medio tristes a medias medio grises. Todas, excepto ella.
El hombre del gabán la extraña mucho y deja en cada losa un lagrimón de pena con su nombre, el nombre de ella. Si llueve, deja un beso; si nieva, deja un verso.
A veces, cuando el sol se desmorona bajo la luz recién nacida de la luna, el hombre del gabán se abre la camisa y muestra al aire un rostro de mujer picoteado de agujas. Luego tristea un mimuto con la brisa, le revuelve el cabello y llora en cada línea la ceniza que yace a ras de vena.
El hombre del gabán quiso enterrarla y no halló en todo el mundo un cachito de tierra destinado al reposo de las mujeres malas. Volvió el pecho ataúd, la piel sudario, y gusta de pasearla, tumba a tumba, por la memoria de las mujeres buenas. Sigue amándola aún pero hay momentos, cuando le lee de las cosas cursilonas tatuadas sobre el mármol, que algo en él —el hígado quizás, quizás el páncreas—, se entibia suavemente y lo enamora —poquito rato y poco—, de una de esas muertas a medias medio tristes y a medias medio grises, tan pavisosas ellas, ¡y tan buenas!
Ya desenamorado, feliz de ser infiel, malvado y malo, el hombre del gabán se cierra la camisa, encierra a su difunta y vuelve a casa.
El hombre del gabán la extraña mucho y deja en cada losa un lagrimón de pena con su nombre, el nombre de ella. Si llueve, deja un beso; si nieva, deja un verso.
A veces, cuando el sol se desmorona bajo la luz recién nacida de la luna, el hombre del gabán se abre la camisa y muestra al aire un rostro de mujer picoteado de agujas. Luego tristea un mimuto con la brisa, le revuelve el cabello y llora en cada línea la ceniza que yace a ras de vena.
El hombre del gabán quiso enterrarla y no halló en todo el mundo un cachito de tierra destinado al reposo de las mujeres malas. Volvió el pecho ataúd, la piel sudario, y gusta de pasearla, tumba a tumba, por la memoria de las mujeres buenas. Sigue amándola aún pero hay momentos, cuando le lee de las cosas cursilonas tatuadas sobre el mármol, que algo en él —el hígado quizás, quizás el páncreas—, se entibia suavemente y lo enamora —poquito rato y poco—, de una de esas muertas a medias medio tristes y a medias medio grises, tan pavisosas ellas, ¡y tan buenas!
Ya desenamorado, feliz de ser infiel, malvado y malo, el hombre del gabán se cierra la camisa, encierra a su difunta y vuelve a casa.
“Testimonio”
de Testigo ocular
Contra el fondo claro de cortinas, contrastando también con el vestido y el sombrero, Agnes —así le dijeron que se llamaba— sonreía a la cámara, enfundada en el uniforme del Partido.
Durante años, había honrado la foto de la que suponía su hija perdida en los campos de concentración, hasta hace poco, cuando apareció la verdadera imagen en un archivo de la Gestapo.
Decepcionado, recortó un retrato de la primera revista que tuvo a la mano y reemplazó la fotografía.
A sus nietos les inventó el cuento feliz del viaje a México, de cómo fue que conoció a la “Doña” durante el pastoril rodaje de “Tizoc”. Jamás volvió a mencionar a la desaparecida.
Yo estuve ahí. En la foto de los funerales de la diva, el viejecito que aparece en primer plano, con un ramo de rosas y el retrato entre las manos es Rudolph; el de la derecha soy yo, aún con pelo.
Durante años, había honrado la foto de la que suponía su hija perdida en los campos de concentración, hasta hace poco, cuando apareció la verdadera imagen en un archivo de la Gestapo.
Decepcionado, recortó un retrato de la primera revista que tuvo a la mano y reemplazó la fotografía.
A sus nietos les inventó el cuento feliz del viaje a México, de cómo fue que conoció a la “Doña” durante el pastoril rodaje de “Tizoc”. Jamás volvió a mencionar a la desaparecida.
Yo estuve ahí. En la foto de los funerales de la diva, el viejecito que aparece en primer plano, con un ramo de rosas y el retrato entre las manos es Rudolph; el de la derecha soy yo, aún con pelo.
Segundo lugar:
“Alevosía”
de Petit Morceu
—¡Entonces le tocaba al del otro carro! —reclamé indignado.
—Lo sé, pero tú estás más guapo —respondió la Muerte.
—Lo sé, pero tú estás más guapo —respondió la Muerte.
“Urbanismo”
de Chester Truman
Cuando murió mi esposa, durante mis visitas a su tumba me acostumbré a ver la foto de la mujer de la tumba de al lado. Luego, con el tiempo -el roce hace el cariño- me enamoré de ella, de la hermosa dama de la fotografía. Después morí yo y me enamoré de la viva que visitaba al muerto de la tumba contigua. Ahora la viva ha muerto y, la verdad, una vez muerta, ha dejado de interesarme. Ya no hay más tumbas a nuestro lado (lindamos con la valla del cementerio) Estamos todos muertos y creo que me he vuelto a enamorar de mi esposa, pero ella está liada con el muerto de su derecha, que a mí me queda un poco lejos, nada menos que a tres tumbas, y es complicado esto de moverse, una vez muerto. Ahora sólo me queda esperar a que el Ayuntamiento decida ampliar el cementerio y construyan más nichos a nuestro alrededor.
“Después de las flores”
“Después de las flores”
de Lukas K
Fui a llevarle flores, pero encontré la tumba vacía. Al preguntarle al velador, me dijo que se había ido con la vecina, una muchacha que murió a los veinte, hermosa e intacta.
Yo, que sólo por acompañarlo mientras envejecía no morí primero, no pude hacerle competencia.
Concurso 79. Abril - 2006
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