GANADORES SIN NINGÚN ORDEN:
TAGARETE - Elisa de Armas
Filius philosophorum
Tras años de introducir dentro del crisol la mezcla de pelos, piel y esperma y de rodearlo con estiércol de caballo para mantener la temperatura, el viejo alquimista vislumbra por primera vez en su fondo la criatura quebradiza, casi sin sustancia, aún carente de vida. En secreto la alimenta con sangre humana hasta que, al fin, una madrugada lo despiertan sus gemidos desconsolados. Las impacientes manos del anciano extraen del recipiente un homúnculo de piel rosada, perfectamente constituído, aunque de un tamaño mayor del que imaginaba e, incapaz de calmar su llanto, reclama la ayuda de su joven criada que acude presurosa, se desabotona el corpiño, acerca al pequeño ser a su pecho y lo deja succionar hasta que se calma. El entusiasmo por el éxito de su experimento no permite al sabio apreciar las ojeras de la muchacha, ni la repentina estilización de su cintura, ni el alivio que refleja su rostro. Mientras tanto, en el corral, las gallinas picotean el cadáver semitransparente de un hombrecillo diminuto.
GATA BLUES
Intelecto alquímico
Sé que sé más porque mi madre, hechicera por naturaleza, me preparaba sopa con letras jónicas de sémola, antídoto fecundo contra el analfabetismo.
WOLF - Gabriel Bevilaqua
Una era de paz
La última mujer acaba de morir. Desde los cuatro puntos cardinales, los alquimistas llegan al Château de Fontainebleau. Cada uno trae consigo un ingrediente secreto de la fórmula que salvará al hombre. Empero una de las sillas del Concilio ha quedado vacía. De todas maneras, los monarcas ordenan proceder antes que el descontento se apodere de sus súbditos, y éstos, de sus reales cabezas.
Los alquimistas temen crear un monstruo, pero obedecen.
Al alba, una nueva Eva se yergue magnífica. Algunos festejan; otros, más cautos, prefieren esperar. Uno de los médicos informa: «La hallamos apta para procrear; su único defecto es que carece de cuerdas vocales».
Nobles y vasallos, sonríen.
WOLF - Gabriel Bevilaqua
La sombra del alquimista
Efraím Erasmus, alquimista de pueblo, podía darle vida a su sombra. Al conocer esto el rey, de inmediato lo llamó a formar parte de su corte, lo que le granjeó a Efraím un peligroso enemigo: el alquimista real. Una noche, tras hurtarle la fórmula de la sombra, el alquimista real le ordenó a la suya que estrangulara a la princesa. Y al descubrirse el crimen, señaló: «Sólo una sombra podría pasar entre decenas de guardias y una puerta con cerrojo». Sereno, Efraím tomó la palabra: «Su majestad, no puedo devolveros a vuestra hija, pero sí, hablar con ella. Si perseguís la verdad, dejadme intentarlo».
Entonces, tras un ensalmo de Efraím, se oyó la melodiosa voz de la princesa: «Mi matador, ciertamente, ha sido una sombra; mas no la de Erasmus…»
Años después, Efraím dejó escritas unas célebres memorias donde destaca el capítulo «De mi don de ventrílocuo».
Resultado de la Porra 136. Enero - 2011
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