Guillermo Vega Zaragoza |
Provengo de una familia sin ningún tipo de antecedentes literarios
. Solamente mi hermano mayor Jorge, quien después se convertiría en bibliotecario, se inclinó desde muy joven por la lectura y ha sido, sin duda, una influencia fundamental para que tomara la decisión de dedicar mi vida a la literatura.
Debo reconocer que desde muy pequeño me llamaron la atención las letras. Me cuentan que aprendí a leer y escribir mucho antes de entrar al jardín de niños y que en la primaria ya lo hacía muy fluidamente. Fue en la primaria precisamente donde nació la afición a la lectura, gracias a la dedicación del maestro de cuarto grado, Miguel Ángel Alfonseca Cambre, quien durante el fin de semana, en lugar de tareas, nos dejaba leer un libro juvenil o infantil, el cual teníamos que resumir ante todo el grupo el lunes en la mañana. Recuerdo que el primero que leí en ese entonces fue "Marcelino Pan y vino", pero después vinieron muchos más: casi todo Verne, Salgari, Stevenson. Desde entonces no he parado de leer todo lo que cae en mis manos.
Como se sabe, del gusto de la lectura a la necesidad de la escritura hay un solo paso, y eso sucedió en la secundaria. En ese entonces, Verónica Lomelí, que hoy sigue siendo mi mejor amiga, hacía ella sola un periódico de ejemplar único (manuscrito en hojas de cuaderno) que circulaba entre los alumnos del salón. Un día cayó en mis manos uno de esos primeros números y le pedí que me dejara colaborar. Así empecé. Entonces me solazaba en criticar y burlarme de mis compañeros, quienes reaccionaban de manera impredecible ante lo que yo escribía. Este hecho, provocar una reacción en alguien a través de mi escritura, fue algo que nunca me había sucedido antes y que me reveló el fascinante poder de la palabra escrita.
En esa época adolescente también me empezó a gustar mucho la música, sobre todo el rock y leía muchas revistas musicales. Una de ellas, Sonido, convocó a un concurso de ensayos sobre ciertos artistas de rock. Los ganadores se harían acreedores a una colección de discos. Yo escogí escribir sobre Deep Purple. Resulté ganador. Así terminé la secundaria y ya no tenía duda: a los 13 años decidí que sería escritor.
Entré al bachillerato en la UNAM y de inmediato me hice de la dirección del periódico de la clase de Ciencias de la Comunicación, sin estar inscrito en ella. Tiempo después, José Juan Sánchez me invitó a colaborar en mi primera revista más o menos profesional: Movimiento Musical Video Play, que duró apenas dos números, porque se cayó la imprenta, con todo y los originales de la tercera edición, con el terremoto de 1985.
Pero yo quería vivir también de la escritura y mi hermano Jorge me hizo ver que si estudiaba Letras Hispánicas lo único que me esperaba era el limbo de la academia. Así que decidí estudiar Periodismo. Ya en la Universidad, asistí al Taller de Periodismo Literario que impartía Huberto Batis en el Museo Carrillo Gil. Allí coincidimos varios amigos, algunos de los cuales descollarían años después en el mundo de las letras: Gonzalo Vélez, Naief Yehya, Jorge Luis Sáenz, Fernando García Ramírez, Aurelio Major.
Con la generosidad que lo caracteriza, Huberto Batis publicaba nuestras incipientes crónicas y reseñas, y hasta nos dio oportunidad de trabajar. Cuando terminó el taller, asistí como oyente a la Facultad de Filosofía y Letras, pero me resultó muy difícil soportar una rutina que iniciaba a las cinco de la mañana, para llegar a las siete a Ciudad Universitaria y acabar a las 10 de las noche en la ENEP Aragón, por lo que decidí terminar primero la carrera de Periodismo. Seguía leyendo vorazmente y adquiriendo mis primeras fidelidades literarias: José Agustín, Gustavo Sáinz, René Avilés Fabila y casi todos los escritores de la mal llamada "Onda", pero además Vargas Llosa, Cortázar, Borges, García Márquez, Donoso, Fuentes, Leñero, Rulfo y García Ponce. También me interesó desde entonces la literatura norteamericana: Truman Capote, Norman Mailer, Ernest Hemingway, Gore Vidal, Henry Miller y, sobre todo, Charles Bukowski, que fue para mi una revelación.
Surgió entonces la oportunidad de trabajar a la revista Tiempo, fundada en 1942 por Martín Luis Guzmán, con la esperanza de iniciarme como reportero de la sección cultural, pero en lugar de eso el Director de la revista, Renward García Medrano, me nombró su asistente y luego me encomendó la sección política, hasta que llegué a ser Jefe de Información de toda la revista.
Ahí aprendí verdaderamente el oficio de periodista. Y también aprendí que era sumamente precario. A los tres años de estar en Tiempo, me ofrecieron entrar a trabajar a Teléfonos de México, en el área de comunicación. Estuve ocho años en diversos cargos, pero sobre todo como editor de la revista para los empleados, donde tenía posibilidad de escribir de vez en cuando algo relacionado con la literatura.
Durante ese tiempo seguí escribiendo, sobre todo poesía, pero las tensiones del trabajo gerencial me dejaban exhausto. No quería convertirme en un escritor de fin de semana. Pero cada vez que manifestaba mis intenciones de irme, me hacían la promesa, incumplida siempre, de que ahora sí me darían tiempo para escribir lo mío. Lo único que llegaba era más trabajo, más presiones y más responsabilidades que aceptaba a regañadientes, porque lo que yo deseaba era dedicar más tiempo de mi vida a la lectura y la escritura. Así, llegué mi límite y finalmente decidí renunciar, a pesar de contar con una posición laboral y un sueldo que muchos desearían tener. Pero no me importó. Afortunadamente, en junio de 1999, me liquidaron con una suma respetable, que me ha permitido subsistir sin apremios hasta hoy, casi un año después.
En la actualidad me dedico fundamentalmente a impartir clases y estudio el Diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Sin la presión de un trabajo oficinesco, tengo más tiempo y libertad para dedicarme a escribir literatura.
¿Por qué hasta ahora decidí dar el salto para aspirar a dedicarme de tiempo completo a la literatura, si resulta evidente que siempre ha sido lo mío? No lo sé, quizá por miedo o por indecisión. Lo que sí sé es que todo ese tiempo me sirvió para refrendar mis convicciones y reforzar mi vocación. Además, he llegado a una situación en la que no sé hacer otra cosa más que escribir. Me he preparado para ello y estoy listo para dedicarme de lleno a alcanzar este sueño tan largamente acariciado.
Mis aspiraciones como escritor son muy sencillas, pero no por ello menos importantes: dedicar la mayor parte del tiempo de mi vida a leer y escribir, y vivir dignamente del fruto de este trabajo. Por otro lado, creo que el artista es un inconforme del mundo. Lo existente no le basta y por ello crea obras, para completar de alguna forma el mundo que él percibe como incompleto. Como todo artista, busco expresarme a través de la creación, en este caso, literaria. Expresar mis emociones, mis ideas y mis percepciones acerca del mundo que me ha tocado vivir y compartir todo ello con mis semejantes. No sé si sean importantes o tengan algún valor, eso no me toca decidirlo a mí, pero me basta con saber que alguien, en algún lugar, quizá en otro tiempo, pueda llegar a leer lo que yo haya escrito y transmitirle algo.
Una de las principales razones por las que me inscribí en la Escuela de Escritores de la SOGEM fue para adquirir las herramientas que me permitan incursionar en los géneros literarios que me interesan, así como para aprovechar la experiencia y los conocimientos de los destacados escritores que forman parte del cuerpo docente de la Escuela.
Hasta hoy he incursionado en la poesía y el ensayo, y estoy empezando hacerlo en la narrativa, sobre todo en el cuento. Quiero escribir novela y ya tengo esbozadas por lo menos tres de ellas. Gracias a la benéfica influencia del maestro Hugo Argüelles, me he interesado en la dramaturgia y estoy desarrollando varias ideas para obras de teatro. Tengo dos argumentos para telenovelas, que es otro género que me gustaría explorar, junto con el guión de cine.
Jurado del Concurso 12. 30 - Octubre - 2001
Jurado del Concurso 140. Mayo - 2011
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