Lauro Zavala
La minificción:
el antivirus de la literatura
La minificción es el género más didáctico, lúdico, irónico y fronterizo de la literatura.
También es el más reciente, pues mientras surgió apenas a principios del siglo xx, ha sido hasta la última década de ese mismo siglo cuando empezó a ser considerado como un género literario autónomo, si bien sus raíces se encuentran en las vanguardias hispanoamericanas del periodo de entreguerras.
Su reconocimiento y canonización, durante los años recientes, coincide con la práctica de la escritura en computadora.
La minificción nace como una forma de relectura de los demás géneros. Su estructura es siempre híbrida, y tiende a la metaficción y a una intertextualidad galopante. Hay minificciones modernas y postmodernas, lo cual depende de que su intertextualidad sea de carácter individual o genérico.
Sus características son las de un antivirus. Sí, la minificción es el antivirus de la literatura, pues su lectura tiene los siguientes efectos en quienes se aproximan a ella:
-Vacuna a los niños y a otros lectores primerizos para volverse adictos a la literatura
-Corrige problemas de lectura de quienes están anclados en un único género, ya sea la novela, el cuento, la poesía, el ensayo o incluso en una única sección del diario
-Permite aproximarse a obras monumentales desde la accesibilidad del fragmento
-Facilita reconocer la dimensión literaria en diversas formas de narrativa, como el cine, las series audiovisuales y la narrativa gráfica
-Genera la posibilidad de reconocer de manera didáctica las formas más complejas de la escritura, es decir: humor, ironía, parodia, alusión, alegoría e indeterminación
-Disuelve la distinción entre los lectores de textos y los creadores de interpretaciones
-Propicia que un estudiante descubra la vocación de su proyecto de lectura
-Estimula al lector más sistemático a que oriente su investigación hacia terrenos inexplorados, no necesariamente asociados a la minificción
En síntesis, la minificción ayuda a resolver problemas de congestionamiento crónico de las costumbres de lectura, agilizando las vías para la crítica y facilitando la libre circulación de convenciones genéricas y de su posible reformulación lúdica en cada relectura.
Adminístrese con libertad, y recuérdese que aunque su naturaleza es fractal (y por lo tanto, cada minificción suele pertenecer a una serie, pues se trata de textos gregarios), cada minificción puede tener efectos homeopáticos en la experiencia literaria de cada lector.
TÉ EN EL SAHARA
DIEGO MARTÍN ROMERO
(ARGENTINA)
Él y sus hermanas, ciegos de obsesión y de fiebre, recorrían cada año el mismo desierto, el mismo paraje, la más alta duna, en busca de aquel joven hombre. Ése que aceptó ser parte del deseo y fue premiado con una marejada de lenguas y sexos ardientes.
Habrían de cumplir una vez más con el sueño que tuvieron antes de morir.
ALMA DE LOCA
ELISE REYNA (ARGENTINA)
Con premura, temblor de piernas y taco de aguja camina en devaneo delicado, esquivando los charcos que la lluvia depositó sobre la baldosa gris. Oye el repiquetear de sus propios pasos y la suave brisa le devuelve el aroma de su pelo. El carmín dibuja una boca carnosa y sus ojos de pestañas bien arqueadas refrenan una lágrima traidora.
Se detiene. Respira hondo. Una puerta se abre a su paso. En la oscuridad, alguien toma su cintura y juntos suben por la escalera pobremente iluminada, mientras los dedos de esa mano juguetean su espina dorsal.
Acordes de un piano, voces y risas, humo, rojas paredes, una lámpara tenue, sillones de terciopelo negro y gatos de porcelana en un ambiente cálido y aromatizado al tabaco y perfumes caros.
Casquivana, reina y mundana, acepta la copa fina de champán, que bebe con descarado gesto sensual. Intercambia miradas, y lascivas pupilas la recorren plena. Más champán, más miradas, risas bulliciosas y el frío de la tarde gris desaparece tras el cristal.
Ya la música se filtra en su talle milonguero. El tango se aferra a ella, seduciéndola, abrazándola virulento y ella se abandona a la caricia ardiente y voraz. El tango susurra sus oídos con melodías voluptuosas. Alborota su sangre. Roza lúbrico sus piernas. Las manos contornean su cadera estrechándola en cada giro. Fricción y latidos. Los ojos de ella brillan tango. Huele a tango su boca de labios oferentes. Chorrea tango su cabello suave. Tango baja por su cuello. Sube tango por sus piernas. Tiemblan tango sus senos tibios. Su risa se vuelve tango y entrega tango su piel jugosa, linda y fatal.
DE VARIA ANIMALIA
N. VIDAL (MÉXICO)
La figura se perfila suave alrededor de la "m" capitular. Sor Malaquita alza la mirada de la lupa para tomar distancia, entrecierra los párpados e intenta recordar las instrucciones de la madre abadesa: Ojos pequeños, brillosos y achinados sobre la boca hociqueante, de labios menudos, que acentúe lo ponzoñoso y huidizo de la expresión. El cuerpo debe de ser ahusado como de huevo chato, culibajo, paticorto y panziarrastrado sobre el gris mate de fondo, trabajado a espátula a fin de simular pilosidades que inciten a la repugnancia. Sor Malaquita sacude la cabeza e inicia, al tiempo que retoma el pincel y la lupa, un novenario de avemarías para desvanecer de la lámina la sombra ratonil del padre Amadeo. Luego, en el infolio de índice, bajo la letra "m", anota: Mus bipedus y, a continuación, el nombre común de la especie: Rata de dos patas.
RESOLUCIÓN DE LOS CONTRARIOS
PAOLA CESCÓN (ARGENTINA)
Todo comenzó de pequeña, cuando mi abuelo Huang-ti me contaba historias para que pudiese conciliar el sueño. Recuerdo particularmente una: " Nadie puede matar a un dragón, porque para matarlo hay que verlo. Los dragones sólo son visibles para aquel que los ama, y nadie mata a quien ama."
Pasados varios años logré descifrar aquellas historias. Una noche, presa del insomnio, paseaba junto al lago. Sus aguas me devolvieron la imagen de un monstruo que se mordía la cola. Ouroboros, creo que los llamaba él. Entendí entonces el porqué de mi extraño nombre: Kuei, dragón terreno, y me di cuenta de que la alquimia no había podido neutralizar mis tendencias adversas. La luna acababa de delatar el fracaso.
A pesar de amarme, tomé la espada de San Jorge, y la clavé hasta lo más profundo de mis entrañas.
DESPUÉS DEL CUENTO
LUIS FERNANDO MORALES GÁMEZ (MÉXICO)
Al final de este cuento, la bestia saca el corazón al hombre y lo desgarra antes de volverlo a meter en la misma concavidad. Pero no se preocupe, querido lector: mientras tanto los puede usted ver deambular por un laberinto hediondo, tropezarse varias veces y, feliz, darse cuenta de la indolencia que hay por parte de ambos, que la maldad se reserva para dimensiones irreales; puede, también, pensar que quizá hay un error y ese final será el de otra historia.
Un instante antes de que todo termine el hombre se reúne con una mujer. Él intenta tomarle las manos, pero termina por disfrazar el movimiento cuando ella finge una repentina necesidad de prender un cigarrillo (ella que casi no fuma). Hay preguntas largas con respuestas cortas. El viento pasa entre ellos como un escalofrío innecesario. Hay lágrimas que se secan antes de brotar, y la sombra negra de un hombre que espera en la esquina. La mujer se va caminando antes de haber llegado a la mitad del cigarrillo, y hay un lento fade down, en el que ya no se puede adivinar siquiera a la bestia que se ha encaramado sobre los hombros del hombre y avanza ya con las garras sobre su pecho.
Así que es cierto: este cuento termina antes y la vida sigue un poco más allá con una pareja que se eclipsa tras la esquina o el primer plano de algo deforme y maltrecho tan parecido a un odio exangüe, unos brazos pudriéndose a la intemperie y el vaho de una bestezuela.
CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR
SERGIO PATIÑO MIGOYA (ESPAÑA)
Aquel hombre, por canas asomando los cuarenta, cruzaba sus manos grandes hacia el pecho como para ocultar algo bajo ellas.
Vamos, buen amigo uno decía de los que en la mesa le acompañaban. Sabéis de sobra lo convenido siempre entre nosotros.
Pero a mi cuerpo es necesario lo que los vuestros tanto no precisan pareció rebatir ceñudo el aludido, aun no sin cierto rubor en las flojas mejillas.
Otro, de faz ingenua y sonrosada, afiló el mostacho fino con sus dedos como mostrando paciencia, si bien sus ojos se le iban, con brillo de avidez, hacia entre los dedos del testarudo:
Por Dios, que sois obstinado. No dudéis que vuestro éxito, en el haber conseguido, lo admiramos los tres con la justa reverencia. Mas la regla...
Mas la regla es juramento terció el cuarto sujeto que hasta ahora se había mostrado silencioso, y en sus palabras podía notarse cierto matiz de autoridad.
Ante el acoso de sus compañeros, el hombre robusto lanzó un bufido de resignación, separó sus manos y empujó con ellas al centro de la mesa el motivo de las querencias: un modesto queso, redondo y rancio.
Sacó, el primero que hablara, una daga algo herrumbrosa de bajo la casaca raída, y en dos precisos tajos hizo la división. Antes de abalanzarse sobre el frugal alimento, quisieron aquellos cuatro menesterosos guardar su costumbre. Así, aun con tono poco entusiasta rumiaron la arenga:
Todos para uno...
LA ARROGANCIA DE DAMOCLES
SERGIO PATIÑO MIGOYA (ESPAÑA)
Ante el asombro de los comensales, Damocles baja del asiento real, lo desplaza hacia un lado y vuelve a ocuparlo. Crecido en su ingenio, comienza a reírse en la cara del soberano Dionisio. La espada cae, rebota sonora contra las baldosas y acaba por clavarse en la garganta del cortesano.
INSTRUCCIONES PARA LEER A CORTÁZAR
CARLOS G. TRAÍN (ESPAÑA)
Escoja una tarde apacible para pactar con sus prejuicios; déjelos en cualquier parque y siéntese en un banco de madera. Lea despacio, sin dar crédito a lo que lee, saboréelo, no tenga prisa, no se deje engañar por las manecillas de su reloj, que a buen seguro intentarán mil tretas.
Prevéngase de todas las frases, incluso de las sospechosamente inocentes. No tosa, no sude, no se desconcentre por nada, ni siquiera por aquella voz que dice cerrar el parque.
Llévese una linterna, por si no hubiera luna llena. También pilas. Cuando note el cansancio, túmbese en el césped fresco, finja dormir, de esta manera verá como lo aleja. Ya a salvo de otras compañías, deléitese con Cortázar.
No lo cuente a la mañana siguiente, conviene que en todo momento este acto sea privado.
LAS MOSCAS
DAVID CHÁVEZ
Las moscas cuando llueve se quedan quietecitas, quietecitas, por temor a que les caiga un rayo.
SUTILEZAS
J.M. DORREGO (ESPAÑA)
Mientras se dirige con elegante vuelo hacia el centro de la fascinante tela, el insecto piensa que sí, que quizás hay otros caminos, más cortos y menos peligrosos, pero tan vulgares...
EL HIJO BOBO DE ROBERTO ARLT
DIEGO MARTÍN ROMERO (ARGENTINA)
El jorobado entró, buscó la barra, y se acodó cerca de la caja para que nadie lo molestara.
Ya se había tomado la ginebra y a punto estaba de decir que no tenía para pagar, cuando el dueño se acercó a llenarle otra vez el vaso.
Tómese otra legal, jefe dijo en cumplimiento de una alta misión filantrópica.
Por acá no pasa nada, hermano, ¿qué es esta miseria?, exclamó el contrahecho mientras arrojaba el vaso al suelo, agregando: ¿usted se piensa que mi dignidad vive de su lástima?
Todos permanecieron en lo suyo mientras salía, dejando que el Universo prosiguiera su maquinal marcha, como todas las tardes.
ESPALIER
RUBÉN PESQUERA ROA (MÉXICO)
De forma imperceptible y constante, a través de los años, el árbol ha urdido sus ramas contra la improvisada celosía del antiguo muro. Para los monjes es el punto obligado de referencia —un rincón agradable, fresco de día y al abrigo del viento cuando oscurece— que además, por la madrugada, les ahorra el frío y la distancia hasta las letrinas.
En determinados días, el árbol excreta una resina más pegajosa que de costumbre. Por su parte, la corteza parece deshilachada y elástica. En esas noches desaparece alguno de los frailes que salen a orinar; a nadie le importa, y el suceso se atribuye a una más de tan frecuentes deserciones.
Hoy sin embargo, es al Abad a quien se echa de menos... parece que se perdió entre maitines y laudes.
LA PLUMA Y LAS PLUMAS
N. VIDAL (MÉXICO)
El cuento fue, en realidad, una venganza de Reyes. Salvador Novo le había robado a su cocinera y, D. Alfonso, disgustado y hambriento, compuso un relato en el que un elefante —de rasgos muy semejantes a los suyos— pateaba, pisaba y desvencijaba a un hombre —curiosamente parecido al ladrón—. Octavio Paz, en su autobiografía, recuerda el modo en que Reyes solía narrar la anécdota:
Ya saben ustedes cómo es Novo: hombre de pluma con muchas plumas y afición por los apéndices, que muera tocando rabos es de justicia poética...
EL JUEGO DE LA ARAÑA
DESANCORADO (ESPAÑA)
Los pulgares se unen uña con uña; los otros dedos, arqueados, comienzan a tabalear en desorden sobre la sábana: la araña peluda remonta el camino que lleva a tus ojos. Cambia el frío de la seda por la cálida piel de las piernas; explora el sexo desvelado, se desliza por el pecho, llega a la garganta y en ella se abandona: a derecha e izquierda rinde la araña sus patas; apoya el vientre en tu cuello, te abraza.
Ahora despiertas; me miras a la cara, confías en este final de juego, en que los dedos se abran para liberarte, en mis ojos que hoy, por vez primera, son los de la araña...
AVISO OPORTUNO
VETUSTA MORLA (MÉXICO)
Se solicitan fantasmas para devolver capacidad de asombro.
Interesados, favor de presentarse sorpresivamente.
LA PRUEBA
RUBÉN GARCÍA GARCÍA (MÉXICO)
Ella está en un rincón de la sala y orquesta sus manos largas, que parecen batutas. Él fuma y tamborilea pensamientos; nada le parece relevante. Intenta recordar, pero las evocaciones pasan veloces y livianas.
¿Qué haces?
Tejo.
¿Es una corbata?
Ella ignora el sentido irónico y sigue con la labor.
Sólo practico un punto que resista cualquier embate.
Él sale raudo dando un portazo. Respira hondo; la fina lluvia rápidamente lo perla.
¡Tu gabardina! le grita.
Eres divina, estás en todo.
Sólo te cuido le dice paciente.
Se interna por las callejuelas del barrio. La luz mortecina deja ver los graffitis y bajo el dintel de un viejo portón a un ciego que canta acompañándose con un bote de lata. Entra en el bar, pide un tequila, después otro. La luz traspasa indiferente las capas de humo que salen de la boca de los escasos parroquianos. Un saxofonista resopla el instrumento. No aguanta más y pide la cuenta.
Por la mañana su esposa lo encuentra colgado con el lienzo que ella había tejido. Al notar que está rasgado dice para sí:"El punto no es tan bueno, tendré que ajustarlo", y empieza a vestirse de negro.
LA VELOCIDAD DE LO EFÍMERO
ROSA DELIA (MÉXICO)
Sólo era cuestión de tiempo, su vida se había convertido en un caos vertiginoso, atrapado en lo cotidiano. Un día Hong Kong, otro Nueva York y luego, quizá París. Envuelto en la soledad de los días escurridos de prisa sobre las manecillas del reloj. Todo ocurría a tal velocidad que parecía no suceder. Vivía en una ficción, tejida en forma de laberinto, sin imaginarlo lo atrapó por siempre.
Una mañana, o ¿era el atardecer?, subió a un tren. Sentado en la quietud de un compartimiento vacío, viajaba a gran velocidad. Nunca se detuvo a mirar el sol.
La muerte apareció puntual a la cita, ataviada con un vestido de seda negro, lo sedujo poco a poco.
Él la confundió con la rutina y la abrazó.
La penitencia de la niña
Amélie Olaiz (México)
Ha dejado su bicicleta a la entrada de la iglesia. Se arrodilla en el reclinatorio junto a las veladoras, a los pies de la Virgen. Inclina la cabeza y aprieta las manos contra un pecho que se expande para suspirar.
Mientras lo espera, aromas de incienso y parafina se mezclan con sensaciones de culpa.
Los senos, montículos nuevos en su cuerpo, arden aún bajo las caricias del padre Miguel. Al escuchar ruido la piel se le pone chinita. Dios, como agua en cestillo, se le escapa entre los dedos.
Amarga trama
Alfonso Pedraza (México)
Ana, falsa dama baja y grasa. Cada mañana gastaba la plata, pagaba la caña, faltaba a la granja. ¡Falla la papa! Clamaban abrazadas las flacas chamacas. Mala mamá, callaba a patadas, agarraba la vara, marcaba las caras, las lanzaba a las llamas. Jamás amaba.
La parca acaba la mascarada, jala la pata a la maja, la acalambra, apaga la flama, la mata. Ya fantasma, llamada Cabra Santana, la manda: fajar las bragas, lavar las llagas, allanar la sábana para tapar la cama, tallar las capas manchadas, cantar nanas a las chavalas.
Vaga, nada la calma. Alma mala paga la falla. Nada más drama, palabra sangrada para cantar la trama.
El traslado
Sergio Patiño Migoya (España)
El inmenso tren de mercancías inició su marcha llevándose, piedra a piedra, la excelencia de Walsburg. Los fantasmas de castillo son una especie sedentaria. Dentro de un noble reloj de pared, viajaban, asustados y muertos de incertidumbre.
Made in París-México
N. Vidal (México)
Compras Le Monde y lees el anuncio, lo marcas en negro con esa pluma que has guardado por años, sales del café hacia el autobús, desciendes en Puteaux y caminas por la Rue des Lapins en busca de la reja verde, de la casa verde, de los ojos verdes... Te detienes en la puerta, sacas del bolsillo un libro ajado, buscas la página dieciséis e inicias, una vez más, el rito del encuentro tal y como Fuentes lo describe. Su memoria, Felipe, es mejor que la tuya.
Ahora estás aquí, de nuevo en el principio, desnudo sobre la colcha color de esmeralda, la novela entre las manos, invocándolas:
"Volverán, Carlos, las traeremos juntos. Deja que recupere las fuerzas y las haré regresar...".
Más que palabras
Bimbo (Alemania)
Primero fue el verbo ("disparar"), luego el sujeto ("yo"), después el complemento circunstancial ("con la pistola"), y más tarde el adverbio de lugar ("en la cabeza"). Por fin, como si fuera un puzzle, reconstruyó la frase. ¿Los motivos? Gramaticales.
Más allá del deber
N. Vidal (México)
La policía, por error, capturó al asesino antes del crimen. La víctima, puntillosa con las cosas de su oficio, se suicidó. |
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