lunes, 14 de agosto de 2017

213. Junio de 2017

 CONCURSO CCXII

TEMA:

Patitos de goma


Ilustración realizada expresamente para el Arca Ficticia
por Eva García


PRIMER PREMIO




WALKIRIA

Amor animal

Con el primer moratón pedí explicaciones a la niñera. Ella no recordaba ninguna caída ni golpe fortuito. Con los siguientes hablé con Pablito, que simplemente dijo «jugando». Acudí al colegio donde nadie sabía de peleas ni accidentes. La semana que tuvo fiebre y se quedó en cama los cardenales se multiplicaron. La niñera me juró una y otra vez que jamás podría hacerle daño. He instalado cámaras de seguridad por la casa y, pese a todo, su piel está llena de heridas. Por ley, el único lugar sin vigilancia es el baño. Decido entonces acompañarlo siempre y bañarlo yo misma con bálsamos de cúrcuma y sal marina. Él, preocupado, me pregunta si también voy a jugar a comerle a besos, como los patitos de goma, esos cuyos picos de plástico brillan en un rojo intenso.

PRIMERA MENCIÓN

MARJORIE

Hallazgo

La ropita, la cuna, el cochecito, los juguetes... Todo salió de casa antes de que Irene volviera de la clínica, del estupor. También la bañera, que sustituí por un plato de ducha. Desde entonces nos convertimos en vagones empeñados en circular por un carril que ya no los admite. La cara del bebé, que aparecía de repente entre el tenedor y el cuchillo o dando vueltas en el tambor de la lavadora, denunciaba que, tras su silencio, Irene nunca olvidaría mi descuido. La idea del cachorro fue de la psicóloga. “Algo que cuidar”, dijo. Al principio Irene ni lo miraba, pero él, tozudo y cariñoso, la fue conquistando hasta dibujarle a veces un gesto parecido a su antigua sonrisa.

Tendíamos la ropa en la azotea y vimos a Tuno subir triunfante con el maldito pato de goma entre los dientes. De qué rincón pudo haberlo sacado no lo sé, porque yo había escudriñado hasta el último. El rostro del bebé, hinchado en la bañera, apareció de nuevo entre las sábanas húmedas. De una patada lancé a Tuno escaleras abajo. El grito de Irene al verlo caer liberó todo el odio acumulado. Lo último que vi antes de marcharme para siempre fue el juguete, dos veces testigo de mi culpa, flotando en el charco de sangre que manaba de la boca del perro.

SEGUNDA MENCIÓN

NOÉ


Impronta


Tras el primer celo perdió aquel trotar de corza juguetona, se le hincharon los pezones como uvas maduras y empezó a caminar con una gravedad desconocida. Pronto volcó todo su afán en el deslucido patito de goma que apareció en el armario cuando Fran se emancipó. Lo apretaba contra su costado y lo trasladaba de un lugar a otro sosteniéndolo primorosa entre los dientes, los mismos dientes con que se revolvía si pensaba que alguien amenazaba al objeto de sus desvelos. Aunque el veterinario insistió en que debíamos hacerlo desaparecer, arrebatárselo nos partía el alma casi tanto como verla desplegar aquel esfuerzo inútil.

Ayer nos despertó una agitación inusitada. Gala avanzaba por el pasillo con aire de matrona. La seguía el patito sobre sus nuevos pies palmeados. Revoleaba una cola de aspecto perruno y lanzaba, desde su pico abierto, un alegre "Guau, guau".

El fallo y demás consideraciones de David Vivancos, en la Bitácora de la Marina.

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