CONCURSO CLXII MARZO – 2013
JURADO: MONSERRAT MILLET
TEMA:
Tu versión del cuento de Caperucita
El lobo feroz disfrazado de Caperucita, Gustavo Peñalver Vico |
De las narraciones cortas:
ENEAS
PRIMER LUGAR
Final inesperado
Preocupados por el qué dirán, Caperucita y Lobo se comieron la moraleja.
SEGUNDO LUGAR
JICHCOC
Envite
El destino final de Abuelita, lo decidieron los naipes en una disputada partida de póker entre el Cazador, Caperucita y el Lobo.
TERCER LUGAR
CHESTER TRUMAN
Toma falsa
…Y entonces Caperucita, incapaz de encontrar el bosque, comenzó a caminar por la ciudad abrumada con los ruidos de los coches, las sirenas, las luces, y con esa pesadumbre de sentirse definitivamente fuera de guión.
De las narraciones más largas:
PRIMER LUGAR
ENEAS
La moraleja del cuento
Tomado del diario de Caperucita Roja:
Me puse de acuerdo con Lobo para encontrarnos en la cabaña de la abuela; la vieja está tan ciega y sorda, que no se da cuenta de nada.
Tomado del diario de la Abuela:
¡Piensa que no me doy cuenta de nada! Si no fuera por los peligros que acechan allá afuera, ya le habría contado a su madre.
Tomado del diario del Lobo:
Papá sospecha de mis amores con Caperucita. “Es un mal de familia”, le oí decir entre dientes, y suspirar.
SEGUNDO LUGAR
PIPER
Caperucita
Sabe de todos los lobos y de todos los caminos. Los conoce de memoria. Y sabe de todas las abuelitas y de todos los leñadores. Cada vez que en algún lugar del mundo alguien abre su libro tiene que repetir la misma historia. Hay tardes en las que incluso siente que lleva una vida con su cadáver a cuestas. Pero persiste, sin alejarse ni una letra del guión, para que nadie note lo que le pasa por dentro. Ahí sigue, tan niña, tan roja y tan inocente como el primer día.
Ella también sabe cuán verdaderamente mortales pueden resultar los miedos si se deja de vivir dentro de un cuento.
TERCER LUGAR
MULTIVAC
En el panteón
No hubo flores, tampoco dolientes, sólo el enterrador y ella.
La lluvia escurría en su gabardina carmesí mientras contemplaba la fosa que se llenaba como un reloj de arena. Había terminado la única vida que le daba sentido a la suya.
Pasó un largo rato antes de percatarse que junto a la cruz, de pie como un coloso, Lobo la contemplaba como siempre, con reprimida ferocidad.
—Ya te despediste de la vieja. Hay cosas qué hacer.
—Nada queda por hacer, excepto… —abrió con parsimonia su bolso y sacó un pequeño revolver.
La risa sarcástica del padrote rebotó en las lápidas.
—¿Ahora vas a matarme?
—Lo he querido hacer desde que te descubrí en la cama de la abuela.
—A la vieja le gustaba estar conmigo… y a ti también.
Él se acercó como lo haría un padre, seguro de su amor y poder. Ella declinó el arma bajo un influjo superior a sus fuerzas y se lanzó a sus brazos. En ese instante descubrió que el acero de la navaja sigue estando frío aún en el interior de su vientre.
Inmediatamente, sonó un disparo.
En esa tumba, por fin, quedaron nuevamente reunidos los tres.
El fallo y demás consideraciones de Monserrat Millet, en la Bitácora de la Marina.
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