jueves, 24 de enero de 2019

Reseña del libro La marina de Ficticia

Con motivo del decimoquinto aniversario de La Marina de Ficticia, el escritor José Manuel Ortiz Soto compiló una antología en la que se incluyeron textos de los actuales talleristas, acompañados por otros de algunos de los más ilustres jurados que han pasado por el taller. A continuación reproducimos una reseña de la antología elaborada por el doctor José T. Espinosa-Jácome, tallerista él mismo y ficticiano de raigambre.




Algunas consideraciones sobre la Ficción Relámpago en La Marina de Ficticia, (Lima, Perú, Micrópolis, 2018), libro antologado y con prólogo de José Manuel Ortiz Soto.
Una de las facetas de la ficción posmoderna es la capacidad de despertar en el lector su propia creatividad, aspecto que ya desde mediados del siglo pasado Julio Cortázar requería al referirse al lector activo y al lector pasivo. En el microrrelato, como género actual, se considera valioso abrir el discurso a múltiples interpretaciones –tantas, como lectores lo lean. Por tal motivo se considera en el presente que ninguna lectura es equivocada.
Veamos unos rasgos sobresalientes del micro relámpago:

0.- Estructura arraigada a la edición.

1.- Encabezamiento: elemento primordial porque en este caso el título no sólo denomina al texto, sino que en ocasiones, es parte del contenido.

2.- Laconismo: fértil imaginación en pocas palabras. El autor real debe evitar adjetivaciones y descripciones propias de la novela.

3.- Transtextualidad: es tan exuberante este elemento que Dolores M. Koch (2009) le dedicó un arduo trabajo a los peculiares aspectos que lo componen. Kristeva (1969) ya lo describía al referirse a la intertextualidad. 

4.- Premura: categoría abundante porque le da el carácter y el tono de asombro, fascinación, o desconcierto.
5.- Sorpresa: que a veces se encuentra diluida en el descubrimiento del discurso; es inherente y afecta de manera distinta. No es recurso fácil. En pocas palabras el autor debe cumplir con el requisito de la corta extensión y el efecto estético de la estupefacción.
6.- Diálogo: un coloquio entre narrador y narratario, en mayor grado de lo normal dado que el lector debe ser creativo también.
7.- Polisemia: imaginación dialógica, el término acuñado por Bajtín (1981), consustancial al género ya que se ajusta con los otros elementos de la estructura. En resumen, el género resulta proteico.

Aproximémonos a la colección de micro relámpagos: “EN LA CORTE DE CAMELOT” (p. 19) Raquel Blasco Sánchez (Valencia), no sólo deja abierta la interpretación a los lectores, sino que la protagonista juega con la apertura de la imaginación en la anécdota de los personajes, pretendiendo que se encuentra con Lancelot planeando un almuerzo cuando son sorprendidos por el Rey Arturo, a quien Ginebra engañaba. Carlos Bortoni (CDM, 1979) incurre en la sorpresa de una manera dilatada en “Mañana” (p. 22), con la búsqueda por parte del lector de, quién es el protagonista que observa su imagen en el espejo. En el primer micro de la serie de Mónica Brasca (Argentina) “Trapos sucios” (p. 25), florece el horror vivido desde la infancia por la joven protagonista, expresada en una polisemia amplia, arrojando al lector a deducir lo que sucede con, y de quién es, la sangre en la lavadora; y, como en la mini de Bortoni, la sorpresa se va filtrando a través del discurso, pues denuncia la obsesión por dejar las ropas limpias.
El microrrelato es un género favorecido por la autoría femenina. Con la diversidad del Siglo XIX han surgido las oportunidades que da la alteridad. Miriam Chepsy (Buenos Aires) expone en “A la manera de Buñuel” un relato intertextual con el elemento favorito de Buñuel: la afición por los primeros planos de objetos, interpretados desde el prisma de la psicopatología de la vida cotidiana, en un voyeurismo fetichista, con fina sensualidad apenas emergida en autoras y pocas veces captada, hasta época reciente, como lo hace Beatriz Russo. La escena de la zapatilla observada desde un sótano recuerda las de Sara Montiel en NECESITO DINERO, donde sus pantorrillas son observadas por unos mecánicos desde el sótano cada mañana que camina al trabajo. La narración en primera persona decía Beatriz Espejo, es una confesión. Así está narrada “Fuga IV” (51) de Lilian Elphick Latorre (Santiago de Chile), y descubrimos el estupor radicado en la dilatación del descubrimiento de la identidad del narrador –cual sucede en Bortoni y Pedraza– Basada en un hipertexto Kafkiano el protagonista no es un animal, sino un paciente tuberculoso que transmite su depresión en el pasmo de desenmascarar su apariencia de lobo.
Tal vez la autora más representativa en esta antología sea Elisa de Armas (Sevilla), junto a Jorge Oropeza –debido al uso de la mayoría de los elementos citados–; su estilo pulcro domina recreando hipertextos: Caperucita, El caballero de la triste figura, etc.. En “Cicatrices” (p. 34) lleva la narración desde la infancia a la edad adulta, como lo hace Mónica Brasca a propósito de “Trapos sucios’, inclusive coincidiendo con la historia de abuso. Con un estilo muy personal es fácil reconocerla. Logra con maestría la brevedad, los encabezamientos –con frecuencia en una diglosia entre el latín y el castellano–, la sorpresa y la transtextualidad.
“La verdadera escena del balcón” (p.38) de Carlos de Bella es un simpático drama relámpago que muestra la conquista de la diversidad sexual enfatizando la evolución sexual, del siglo XIX al XXI. “Escondida” (p. 42) de Lola Díaz–Ambrona de Llera (Badajoz) pone de manifiesto el dominio del diálogo, esencial en el drama, como sucede con el micro de Carlos de Bella. Lola arranca la sorpresa con las identidades de los personajes, la musa, y el artista. “Complementarios” (p. 47) de José Manuel Dorrego (Madrid) se adentra en la preocupación por la libertad sexual descubriéndonos en la sorpresa de constituir un trío, después de que el título nos tomó el pelo al dirigir al lector hacia una relación de pareja.
La liberaciٕón –sabido es– guarda estrechos lazos con el erotismo. Debido a lo compacto del micro relámpago es de capital importancia la intertextualidad, a modo de que la lectura, atada a otros discursos, pueda seguir la narración sin atiborrarla de palabras. De esta manera nos encontramos con textos como “Junto y aparte” (p. 66) de Agustín Monsreal, que en este caso despierta además de la instrucción gramatical con la aliteración de las letras para jugar con las imágenes en la anécdota; el autor nos enfrenta con la orden sintáctica que se ramifica en dilogía referente al contorno y la distancia de los personajes por autoridad, y con la familia. El cura disfruta del favor de las damas, estando con ellas y a la vez distante. Juan Manuel Montes expone una edición íntima inherente a los hiper-relatos. Es imposible que la ficción relámpago se separe de textos que en innumerables ocasiones fuesen el disparo que desencadenó la trama No hay ficción que aparezca de la nada. La cultura, la historia, las anécdotas de la comunidad del autor, aparecen, adheridas. Cuando Arreola en una cláusula dice ..."en la lucha con el ángel he perdido por indecisión" alude a la Biblia, al yo del narrador, la belleza femenina y al boxeo. En “Gajes del oficio” (p. 70) Juan Manuel Montes (Argentina) se centra en la edición: desde que mutila el título va censurando personajes hasta concluir que tal vez así sea el infierno. Los hipertextos son el mundo editorial, la lectura, y las mitologías.
“Proyecciones” (p.74) escrito por Amélie Olaiz (Guanajuato), fija el imaginario en un prisma de focalizaciones; estructurando el micro, como el relato de Juan Manuel Montes, en la edición. Es la historia de un paquete que pasa desde el autobús, por varias manos, hasta llegar a un niño para que el lector deba imaginar, qué contenía, haciendo anti-dilogía con el verbo botar: ¿tirar, rebotar?, circunstancia que arroja al narratario a la polisemia de imaginar el contenido: el sujeto de la sorpresa es la mente del niño que lleva a reflexionar a los lectores sobre si se trata de un balón, basura o un cúmulo de objetos varios que a la mente infantil no le interesan aunque le produzcan el placer de desecharlos. Luego, tenemos una minificción que hace honor a su nombre: “Infidelidades.com” (p. 80) por lo compacta, la riqueza intertextual y la sorpresa, escrita por Jorge Oropeza Avila (Ciudad de México). En este minúsculo texto –válgase la redundancia– se dan las siete cualidades que requiere el género. Desarrolla un tema embarazoso, reprimible, y no reprimido –aquí lo hemos visto en Raquel Blasco Sánchez– En la actualidad se habla con franqueza sobre el tópico. Diversos hipertextos lo aluden aunque no se nombren: Ana Karenina, Madame Bovary, la Regenta, hasta llegar a la histórica Cleopatra y a la bíblica Betsabé. El asombro corona el microrrelato cuando deja ver que, el cornudo, es, el narrador. “Autojusticia” (p. 82), de Alfonso Pedraza (Hidalgo), lleva al lector en un viaje desde Punjab –antigua India Británica– al circo itinerante; la estupefacción se va desarrollando a lo corto del discurso hasta concluir con la auto-eutanasia de la protagonista, cuyo climax se va tejiendo en la curiosidad de saber si se trata de una leona, o una tigresa, hasta que el texto la describe como una paquiderma, yendo al grano hacia una de las preocupaciones de la época: el maltrato animal.
Fenando Sánchez Clelo (Puebla) expone –en una página– tres minificciones poéticas que componen el microrrelato bajo el título de “Zoo Renglones” (p. 91). Debido a la aparente independencia de cada parte que estructura el discurso nos remonta al dadaísmo, a las vanguardias. Los personajes son cuatro: dios, un pájaro que escribe en clave morse, unos murciélagos que cumplen con la Ley de Newton, y unas orcas, que dan la pauta de que nos enfrentamos a un discurso de literatura infantil al ser descritos en colores vivos. Dada la constitución del texto resulta altamente polisémico, pues obliga al imaginario del receptor a ser activo con la estructura. En una fina ironía concluye el micro relámpago de Josep Martínez Nuévalos (Barcelona) “Muñecas Rusas” (p. 62) dando vida a la más pequeña Matrioshka, presuntuosa por estar constituída de una pieza. Sobresale entre los temas favorecidos por los autores, la apariencia de que lucen como textos para niños, por ejemplo “Máscaras” (p. 112) de Laura Elisa Viscaíno (Ciudad de México), un relato sobre el día en que los hombres perdieron el rostro; con tal hecho, se desprende una cadena polisémica semejante a las mútiples interpretaciones del micro citado de Amélie Olaiz. Este micro pareciera ser una parábola irónica de la corrupción, como si de repente los perversos se percatasen de su maldad e intentaran cubrir sus vergüenzas, como si los antidepresivos hubiesen decidido no apoyarlos más. Otro tema asiduo en la antología es el erotismo, aunque no es tan frecuente como los discursitos infantiles, siendo placentero, atrae la atención. Carmen Simón (Barcelona) con “Libre de culpa” (p. 95), incurre en una serie franca de expropiaciones que terminará la narradora protagonista con la sorpresa de declararse inocente.
Rony Vásquez Guevara (Lima, Perú) muestra unos cuentitos que llaman la atención porque no tienen encabezado (pp. 98, 99. 100). Es obvio que las categorías expuestas como recursos del micro relámpago al principio, no se cumplen todas de manera regular, salvo quizás la brevedad, intertextualidad, y la sorpresa. Vásquez Guevara se abstiene del título. El efecto paratextual embarca al lector en las suposiciones sobre si las tres minis expuestas son tres momentos de un solo microrrelato. El protagonista, como sucede en micros previos, es un novelista. La primera obrita da cuenta de un escritor que se va de vacaciones y sufre la oposición de uno de sus personajes. De esta manera se prolonga la metatextualidad de la obrita, con sus respectivas sorpresas que coinciden como es habitual en la minificción, con el vaticinio del sujeto de la lectura –como sucede en “Autojusticia” de Pedraza– y hace que, cada una de las minificciones que la conforman sean únicas, como una saga, como una serie de vaqueros o de detectives. 

El relato escogido de los tres de José Luis Sandín, (Sonora), –el distinguido tallerista de La Marina: Aguila Descalza– muestra un micro-relato con sabor a desierto, escenificado en la nostalgia del Páramo: “Pueblo” (p. 102), bordado en recuerdos la tormenta de arena hace su agosto, descrita en un lirismo poético que le da su carácter polisémico. Las voces que emergen del barro exponen como hipotexto los murmullos rulfianos que escucha en el camposanto Juan Preciado, a quien en la tumba, la ventisca torna en polvo.

Hay abundante experimentación en este género a pesar de que el microrrelato tiene su protogénero en el chiste, estudiado de manera extensa por Sigmund Freud –El Chiste y su relación con el Inconsciente– poco se ha escrito sobre el asunto al hablar del microrrelato, como en cambio, sí lo han hecho sobre la novela, por ejemplo con el ensayo “Lo siniestro” de Freud. Marcial Fernández (Ciudad de México) toca con éxito lo cómico en la brevedad de “Ouija”, (p. 59) con un delicioso y sádico-masoquista micro relámpago, donde se consulta al Arcano buscando compañía, y la esperada pareja se niega. El asombro rescata finamente la sorpresa. Vemos cómo la polisemia interviene desde el título, con el nombre derivado del francés y del alemán, en una dialogía –Sí en fránces = oui; ja en alemán = sí– y anti-dilogía, y la intertextualidad con el satanismo y lo paranormal.
Feliz lectura

José T. Espinosa Jácome

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